Sábado de clases.
Sin prisa, sin pausa.
Escuchar y tomar apuntes en el aula, presencial o a distancia, son de las actividades que más me gustan en solitario.
El cambio de responsabilidades, con el paso de los años, me permitió retomar el camino académico a fines de 2019.
Tenía el propósito de intentarlo por última vez, sin mucha convicción por tanto transcurrido. Última vez de tantas que una u otra urgencia me llevó a desistir a la espera del tiempo perfecto, el tiempo que nada me desconcentrara, que las ocupaciones terminaran, que la organización cotidiana me alcanzara a brindar las horas mínimas necesarias.
Ese verano de 2019 fue determinante y todo se cruzó pero seguí adelante, sin hacer caso a los llamados al deber de otros. Esa última vez ni siquiera fallé tampoco a la lealtad debida. Cumplí sin renunciar a mi última oportunidad.
Luego sobrevino la inesperada peste y cerré los ojos. Como si se hubieran alineado mis estrellas, la Universidad habilitó la plataforma digital y vi la alfombra roja tendida. En el mundo virtual de millenials y centenials, la boomer navega como pez en el agua.
Tras año y medio de sobrevivir a la peste y sus circunstancias, me acerco a la meta postergada y casi perdida.
Soy feliz y amo el desafío diario de hacer lo que quiero, recuperando un tiempo que lejos de perderlo, lo invertí en producir los frutos multiplicados que son hijos, nietos y miles de textos que cambiaron muchas vidas e historias.