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Pandemonium

By 05/07/2020 diciembre 16th, 2020 No Comments

100 días detenidos en el tiempo y retenidos cada uno en su jaula, como zoológico, como detrás de la tranquera cualquier rebaño.


Un bicho invisible, como en las películas de Hollywood, puso en jaque todo lo que estaba sobre rieles para los dueños del futuro mágico. Se apagaron las luces led, los vuelos interoceánicos, el hormigueo humano en terminales aéreas, terrestes y fluviales, en los hoteles todo incluído, en los centros comerciales, en la estatua de la libertad, en Buenos Aires, en las playas dominicanas y en las mexicanas, en los casinos y sus azares, en las locas mareas de miles en las escaleras mecánicas, en el metro y bajo el suelo.
No fueron los tsunamis, la miseria, el hambre, el desempleo, los terremotos, el cáncer, las diabetes, los feminicidios, la violencia, la trata, la migración, la contaminación, la desertificación. No. Qué va a ser.


Al mundo occidental lo paró un virus aparentemente desconocido recién cuando los incrédulos empezaron a ver que la muerte tocaba a algún cercano, cuando ir al hospital era en vano. Al mundo al otro lado del mundo, lo paró la misma alevosía del bicho y la orden de acatar: Llevan añares obedeciendo.


Atolondrados por el miedo a enfermar, nos confiamos en que los gobiernos se harían cargo. Como los niños nos dejamos llevar pensando que papá Estado necesitaba tiempo para ponernos a salvo. Cada país con sus contradicciones, sus falencias, sus descalabros. Cada país, la mayoría, desvestido por la insuficiencia de mejoras de la salud pública y la pobreza educativa de la inmensa mayoría. Ahí van los emperadores desnudos con el traje de la improvisación a cuestas.


La globalización con su sistema de arreo fue perforada. Por primera vez en décadas, el dinero no da solución al riesgo del contagio. La competencia no la gana el más exitoso, sino el que extrema cuidados que no vinieron con las redes sociales, el último celular o televisor, el mejor paquete de viaje: Son hábitos del siglo pasado.


No hay otra forma de protegerse que encuevarse. No hay escape hacia otra parte del planeta para salvarse. Si caemos en masa, colapsamos las redes públicas y privadas de salud. No alcanzan las unidades de terapia intensiva, ni las funerarias para los entierros diarios. 100 días llamados a un principio cuarentena, los cuarenta días que debías aislarte mucho, pero mucho tiempo atrás cuando adquirías una enfermedad contagiosa, incluso mantenerte lejos de tus abuelos, tus padres, tus hermanos.


Llevamos dos veces y media más encerrados. Papá Estado se encontró con que pedir ayuda afuera, a países más civilizados, ya no da resultado: Ellos tienen sus propios demonios, tampoco dan abasto.


-¿Cuándo se irá el coronavirus, abuela?-, pregunta Nieto 1 atribulado.


-El año que viene, pequeño. Los científicos tienen todo el año 2021 para seguir investigando-le explico tratando de patear lejos la pelota, que se pierda en el tiempo y en el espacio.


100 días y nadie sabe hasta cuándo. La realidad es la misma, sólo que todo este tiempo pensaron que habría cura, que algún as bajo la manga de Zuckerberg, Gates o el G8 anunciaría pronto que los días del virus ya estaban contados.


La realidad es que nos cambiamos cada uno y nos adaptamos o el encierro sumado a la creciente ola de despidos, de fin de innumerables pequeños y grandes negocios y emprendimientos, la desesperación de perder más de lo que ya nos había quitado la carrera por sobrevivir y el tiempo, nos acabará matando o ante la opción de hacer lance al mal haciendo bien lo que nos dicen todos los días y por inconscientes, distraídos o flojera, por angas o por mangas, terminamos evadiendo.


A la mano invisible del libre mercado, le cruzó el paso otra mano invisible que movió el tablero de un sopapo.


Nos devolvió a la escala de nuestro lugar y tamaño, al homo finitus o al polvo de estrellas que nada más y nada menos seguimos siendo.

* Publicado en el II Mundial de Escritura, durante la primera quincena de 2020.

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