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Fisgón

By 08/07/2020 diciembre 16th, 2020 No Comments

Detectives eran los de antes y cuando digo los de antes, estoy pensando en Mrs. Marple, Hercules Poirot o Sherlock Holmes, tres grandes creados por autores geniales, personajes de ficción. Nada que se le parezca a esa escuela de detectives de la policía a la que me sugirieron inscribirme después de darme de baja de la guerra en Afganistán.

Salí de allí con un ojo menos y cuatro de los dedos del pie derecho convertidos en un muñón. Casi un lisiado pero con un montón de medallas que, colgadas de mi chaqueta, pesaban bajo mi hombro derecho. La gloria es un monumento a la cháchara.

En cuanto quedé sólo, después de los homenajes, tomé mi muleta, me puse de pie y me acerqué al bar del hotel de lujo donde acabó el bullicio cuando se fue el último par de héroes, borrachos y arrastrándose. No tenía adónde ir. Como ayudante de oficial de Inteligencia del Ejército, estaba marcado. Era un espía al descubierto con algo de dinero para desaparecer, lejos y donde pudiera terminar mis días con otra identidad y tratando de olvidar la pesadilla y el horror.

Al tercer whisky, sin ninguna idea clara, a través del fondo del vaso me llamó la atención el afiche que decía Bolivia. Pagué la cuenta, tomé mi saco marinero cargado de medallas y algunas prendas, llegué a la calle y con la muleta llamé al primer taxi que pasó.

Hace veinte años que me quedé en otro país del sur. Abandoné la escuela de detectives, sólo porque de tanta jarana y engaño terminaría confesando quién era, vendido por unos dólares por cualquier traidor y enjuiciado por crímenes que no cometí. Una mujer policía me alertó un día que llovía a cántaros y por casualidad nos dimos encuentro en la parada del autobús, buscando reparo del aguacero. Ella me encaró:

-¿Ud. fue enviado a espiar y denunciarnos? Porque yo no me trago que Ud. venga a aprender algo. Aquí no hay nada, como ve. Todo es mentira. Ni equipos forenses, ni lectores de huellas digitales, ni laboratorios de ADN. Esta escuela existe para pagar un sueldo a los policías que enseñan y otro a los nuevos que cursan.

Iba a contestarle algo pero comenzó a picarme la órbita vacía del ojo y sucede cuando presiento que voy a ser descubierto.

-Es más simple. Necesito trabajo y un certificado que acredite que soy detective. Después me voy. No me interesa ser policía ni espía. Necesito trabajo y mi especialidad es la investigación.

-Lo sabía-, dijo ella con ese tono de quien se tranquiliza porque asume el control.-Sé quién puede contratarlo.

Me pasó un papel con un número y una dirección y corrió a la academia bajo el paraguas que desplegó bajo la lluvia.

Miré la dirección. El bus que se había detenido. El conductor me había preguntado varias veces si iba a subir o no y cuando cerraba las puertas, interpuse la muleta y trepé sin mucha convicción.

Anochecía cuando llegué al sitio indicado. Quedaba al final del pueblo, en un barrio sin nombres en las calles y sólo ese edificio con la identificación. El ascensor era antiguo y cabían dos personas, tenía sólo un botón de subida y otro de bajada. Cuando se abrió la puerta en el tercer y último piso, daba directamente a una gran sala como de prensa.

Un hombre bajo, de bigote teñido y el pelo peinado hacia atrás con gomina o algún gel, salió de entre las mesas y las computadoras, a darme encuentro:

– Bienvenido a su nueva casa. Seguimos cuentas de Tinder, Facebook, Twitter, Instagram, LinkedIn, las que pida el cliente. Buscamos la información y la organizamos según la orden de trabajo: Mujeres que buscan amantes de sus maridos, maridos que buscan amantes de sus esposas, políticos que quieren cualquier cosa que les sirva para destrozar a su adversario, periodistas que encargan lo que les sirva de primicia. El campo de trabajo es amplio y variado. Por supuesto, se paga el precio que corresponde por la confidencialidad. Reclutamos detectives desempleados, espías desahuciados del primer mundo, gente de primera. ¿Fisgón? ¡No, por favor, no sea tan duro con la profesión que ya bastante problemas le trabajo en el pasado! Digamos que se trata de cumplir con las expectativas de unos gracias a las prácticas exhibicionistas de otros.

Estaba empapado y olía a café recién hecho. La noche recién empezaba y luego de que me acompañara a un escritorio desocupado, asenté la muleta contra el suelo y tomé la gran taza con ambas manos para darle calor al cuerpo.

* Publicado en el II Mundial de Literatura, durante la primera quincena de julio de 2020.

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