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Bon Jovi

By 30/10/2020 diciembre 16th, 2020 No Comments

Sonó el teléfono justo cuando lo enchufaba al cargador antes de cepillarme los dientes para ir a acostarme a dormir. 

–          ¡Qué hacés, brujis, a esta hora! ¿Estás bien? 

–          ¡Brujita, te llamo porque acabo de enterarme que Bon Jovi dará un concierto en Buenos Aires en un par de meses y me ofrecen un paquete especial para dos personas!

¿Bon Jovi?, pensé. ¿Hace cuántos siglos que no escucho a Bon Jovi? 

–          Brujis, no sé… 

–          ¡Vamos, yo invito! Igual yo iba a viajar y la diferencia del costo es mínima,  prácticamente un poquito más que el precio de la entrada adicional.

Desapareció mi somnolencia y pregunté la fecha, los horarios de los vuelos, dónde nos hospedaríamos, qué parte me correspondía. Con la Brujis parecíamos cortada del mismo tronco de árbol: la misma madera. Habíamos aprendido a crecer en libertad, a porrazos, a risas, a desengaños y a amores buenos y malos. Fuimos colegas durante un tiempo hasta que ella dio el gran salto ante la oportunidad y se estableció en un trabajo de primera, con buen horario, buen ambiente, buen equipo, buena empresa y buena paga. Era solita, vivía con su mamá y aunque nos encontrábamos menos que en los tiempos de compartir sala de prensa, nos dábamos modos para salir de mes en cuando a cantar a voz en cuello en algún karaoke de la ciudad, una vez mis cuatro hijos caían en los brazos de Morfeo y al día siguiente no tuviéramos día de turno laboral.

–          Vamos, Brujis. Estamos locas pero un poco de Buenos Aires es lo que le hace falta a cualquiera en cuanto aparece la oportunidad.

Nos reímos y quedamos en coordinar los detalles pero al colgar el teléfono, sabíamos que ya estábamos volando con las mochilas al hombro, desayunando medialunas y café con leche, caminando la 9 de julio, recorriendo los outlets que se conocía de memoria y de los que yo ni sospechaba que existían, disfrutando un show de tango si conseguíamos reserva en el Bajo.

Dicho y hecho, la segunda semana de septiembre nos subimos al avión luego de abrazarnos muertas de risa al encontrarnos en el aeropuerto. Ella sacó de la cartera los dos boletos de ingreso al estadio de Vélez la noche siguiente y dos días después volveríamos a casa después de la aventura del fin de semana largo a 3000 km., a orillas del Río de la Plata.

            Viajábamos tarareando las canciones que nos acordábamos y preguntándonos cómo sería verlo tantos años después de sus épocas de oro, de sus grandes éxitos y las veces que cada una había soñado con algún romance escuchando Always o bailando Living on a prayer

            La previa de la noche del concierto fue una tarde de paseo por Puerto Madero, bien abrigadas, las dos vestidas de negro y haciendo hora caminando a buen paso con los pulmones llenos del aire helado del sur y el río.  Cuando llegamos al estadio en ómnibus, caminamos varias cuadras de tráfico cerrado a vehículos, a la par de gran cantidad de cuarentones y cincuentones, viejos rockeros, y muchísimos jóvenes que se dirigían a la puerta de acceso.

            Ingresamos al estadio y nos invadió la emoción de estar al borde de vivir un concierto de los que nos enteramos por las noticias o en los noticieros, un hecho inusual en nuestras vidas, un par de horas al vivo con miles de personas que habían ido a lo mismo.

            -Brujis, subamos a lo alto de las graderías, así nadie nos tapa la vista del escenario.

            Asentí y mientras trepamos las luces, las pruebas de sonido y los murmullos iban precalentando la fiesta.

            A la hora que se encendieron los proyectores y se apagaron las luminarias de las tribunas, todo fue silencio e inició, como la amplificación de un disco entre sueños, la música al vivo y la aparición de la estrella, vocalista y líder de la banda, Jon Bon Jovi, entonando In my life. Locura total. La Brujis y yo cantábamos a voz en cuello como todos. Tras una canción la otra y la gente pedía a gritos alguna de su preferencia.

            Prendimos los encendedores que llevamos ex profeso y los agitamos con la muchedumbre. Eran miles de luciérnagas en la oscuridad al compás de la batería.

–          ¡Brujita, pedí una!

Grité feliz, haciendo una caja de voz con mis manos en la cara: –¡The final countdown! ¡The final countdown!

Hasta que una voz varonil una grada atrás y más arriba, me cortó amablemente: -¡Esa es de Europe, pará!

Escrito y publicado en el III Mundial de Escritura, a fines de octubre de 2020.

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