En ese verdadero juego de tronos que es la vida pública, donde juegan y pugnan los intereses, con robo, corrupción, asalto y muerte, esa que se recita en los libros de historia, que se nos impone al alero del relato de esos héroes del mismo material que están hechos los libros. Nosotros somos los héroes verdaderos. Los que nos levantamos todos los días, los que sacamos adelante a nuestras familias, los que luchamos por hacer de cada día un relato épico que quede grabado a fuego en los valores que inculcamos a nuestros hijos.
La verdadera Patria reside en lo cotidiano, como residió en nuestros padres y abuelos, donde quiera que les tocara vivir. Como reside en mis nietos y sus danzas nativas y su desfile escolar y sus ojos tan abiertos al saber para qué sirve un baquitú, un churuno, un jasayé, un sombrero de saó, un sarao, un tari, un panacú, que disfrazan el 6 de agosto, el 26 de febrero y el 24 de septiembre pero se usan a diario en los pueblos de gesto antiguo que rara vez visitamos.