De las cosas que echamos mano casi sin darnos cuenta, entre las más comunes, indispensables y nobles, se erige ella: la servilleta de papel.
Tocá el portón de madera en la pared que no habías visto nunca antes. Decí “por favor” antes de abrir el cerrojo, pasá, caminá por el sendero. Un rojo diablillo de metal cuelga de la puerta principal pintada de verde como llamador. No lo toques, te va a morder los dedos. Caminá por la casa. No agarres nada. No comas nada. Sin embargo, si alguna criatura te dice que tiene hambre, alimentala. Si te dice que está sucia, lavala. Si se lamenta de que tiene dolor, si podés, aliviáselo. Desde el jardín trasero vas a poder ver el bosque. El…
Cuando digo que sólo tengo dos ojos, dos oídos, dos pies, dos manos, una boca y una cabeza para 18 pestañas abiertas, no me refiero a las ventanas de la pantalla de la computadora únicamente, sino al montón de cosas que se me presentan cada día e intento poner en algún archivero, para no morir sepultada y más bien resolverlas o sortearlas, según venga la mano y la posibilidad. Y no exagero. Tengo estantes, carpetas, cajones, cajoncitos, cajas, baúles, álbumes, archivadores, cuadernos, libretas y agendas en mi pequeño ropero, mis bibliotecas y el escritorio, atestados por ellos, aún cuando en…