BlogPostales del fin del mundo

Viajar es un modo de estar presente en la postal

Que una chica de estos lares, hace 30 años, se largara sola durante un mes por Europa era poco usual.

Ahorré todo el dinero que me proporcionaba una beca que obtuve para residir en un kibbutz en Israel y estudiar en el taller «Mujer y periodismo», a la par que los anfitriones nos llevaron a conocer de norte a sur y del Mediterráneo al Este toda esta región del Medio Oriente, fundamental en la historia de la humanidad.

Luego de esa experiencia increíble, aproveché que el vuelo de retorno desde Tel Aviv hacía escala en Londres. Cambié la fecha del pasaje por el tiempo máximo permitido en el boleto aéreo que me entregó la institución becaria y dejé mi valija en la Embajada boliviana de la capital británica.

De ahí en más fueron semanas de aventuras en tren, gracias al Eurailpass que adquirí a precio de estudiante. Dormía y viajaba de noche en el tren. Conocí Calais, Bruselas, Brujas, Amsterdam, París, Nantes, Marsella, Mónaco, Niza, Venecia, Pisa, Roma, Nápoles, Brindisi, Patras, Atenas, Barcelona, San Sebastián, Madrid, Lisboa…

Fue un desafío viajero verdadero. Mi mochila y yo lo hicimos a plan de agua en botella, pan, jamón y queso. Me caminé todo lo que pude el día entero, casi sin entrar a ningún museo u otro lugar cerrado. Dormía en las estaciones o en el asiento del tren.

Quería llenar mi espíritu a través de mis ojos de todo lo que había leído o escuchado de Europa y su larga historia. Mis hermanos menores, con mérito escolar, habían logrado un tiempo de intercambio cultural en Alemania un par de años antes del bachillerato. Ahí estaba yo, que había perdido esa oportunidad, cumpliendo el sueño con creces a los 25 años.

 

En Brindisi, 1988

Con dos colombianas y dos vascas nos encontramos y conocimos en el puerto Brindisi, a punto de abordar el barco hacia Grecia. En tercera clase, se viajaba algo mejor que Jack en el Titanic porque había una gran sala como de cine con butacas para los pasajeros sin camarote. El viaje era de 12 horas, así que apenas amaneció subí a la piscina de primera, donde tomé sol de octubre cruzando el Mar Adriático hasta desembarcar sin que nadie me llamara la atención por descarada. Un tren que transportaba ovejas, gallinas, bultos, mochilas, turistas de a pie y griegos, nos dejó en Atenas. Abrí la boca los cinco días que permanecí tropezando con ruinas y estatuas de mármol increíbles, transportada a la Antigüedad más fina. Debí separarme de mis ocasionales compañeras: ellas siguieron recorriendo Grecia. Me hubiera quedado pero era hora de volver hacia otros rumbos: La vida después ya no sería la misma de antes de esta gran aventura.

Viajar me había llevado alto y lejos. En una época sin comunicación digital ni GPS, un mapa y una guía de horarios de trenes fueron la brújula de los lugares a los que quería llegar porque sentí que era entonces o quizá nunca. El modo viaje fue mi modo de entender que ser libre era estar presente, en cualquier sitio, consciente.

Leave a Reply