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El día después sin máscaras

“Las especies que sobreviven no son las más fuertes, ni las más rápidas, ni las más inteligentes; sino aquellas que se adaptan mejor al cambio. En la lucha por la supervivencia, los más aptos ganan a expensas de sus rivales porque consiguen adaptarse mejor a su entorno.”

Afirmación atribuida al biólogo británico Charles Darwin, el «padre» de la teoría de la evolución, que nunca dijo esta frase que se le consigna.

Todas las instituciones de los Estados, nacionales e internacionales, están en entredicho. Su utilidad y pertinencia subyacen a la mirada de los ojos de los alfabetos digitales y de los alfabetos funcionales.

La OMS ha quedado expuesta a ante la probada denuncia de Taiwan. La CIDH no brinda garantías a todos los derechos humanos cuando observa sólo los de algunos. La OTAN perdió sentido en una guerra mundial contra un virus, que mata sin intereses de partes de por medio. El G-20 ha sido perforado por su incapacidad de afrontar, por mucho dinero que maneje, sus propias deficiencias en los sistemas de salud pública de países de un primer mundo devastado. El G-77, ni se diga, también.

El virus lleva la corona del imperalismo invisible y catastrófico.

No hay otra revolución posible, a diferencia de los siglos pasados y que enfrente el avasallamiento mortal, que el cuidado que cada ser humano pueda tener sobre sí mismo y su entorno. Más social y popular que esa medida de precaución , no hay. Nadie se salva por ser rico. Y sobrevive en el aislamiento físico, quien se las ingenia mejor para hacerle frente a una enfermedad que se queda fuera de tu casa, si no asomás a la puerta. Es decir, si tenés ingenio para hacer pan o arroz cambiando los condimentos para uno, dos o tres o cinco que cohabitan en una o dos habitaciones donde te encuentra la cuarentena, sin que te maten a golpes o a insultos porque uno se bebió el poco ingreso en alcohol de quemar en una jarana o ron embotellado con gaseosa al precio de dos litros de leche, pues venga: tenés altas opciones de salir adelante. Qué puta desgracia y no es del coronavirus.

Quien no se adapte a las circunstancias, en higiene e inventiva para seguir adelante, será parte de un mundo que fue antes de la pandemia del año 2020. Un mundo que ya no era normal. Un mundo donde el hambre hacía estragos y no ha dejado de hacerlo. Un mundo donde la inaccesibilidad a los servicios básicos ya tenía un umbral de pobreza inmoral. Aquí, en América Latina y en la China que mintió a todos.

Intuyo que las precauciones de salud obligadas por las circunstancias nos protegerán de este contagio por contacto físico y de muchas enfermedades que eran prevenibles con las mínimas reglas de la higiene que debíamos saber y practicar antes del coronavirus.

A mediano plazo, todos pasaremos por el contagio con diferentes procesos de recuperación o de muerte.

Los sobrevivientes de la hecatombe que hizo parar al mundo tendrán la experiencia y la posibilidad de defender y proponer nuevas prioridades a las políticas de los Estados en todos los niveles. La resistencia pasará por posicionar las adecuadas y posibles antes que las engañosas y oportunistas.

La salud preventiva, en primer lugar, la salud atendida, en segundo lugar, la educación para la vida, la educación para la adaptación, la educación para reinventarse en el alma y para la subsistencia, el destino de fondos para la ciencia enfocada a una visión de la humanidad sin mezquindades, las oportunidades para los emprendedores en agroecología, energías alternativas, industrias diversificadas de productos útiles con generación de empleos estables, los servicios de sanidad, saneamiento y básicos para la supervivencia, un nuevo concepto de vivienda social en comunidad, la extirpación de la violencia intrafamiliar y hacia mujeres, niños y los más débiles, las relaciones colaborativas por encima de las competitivas, la urgente revisión de la burocracia y la simplificación de trámites libres de fotocopias y requisitos previos derivados a otros trámites, la tecnología universalizada con enfoque de oportunidades laborales, formativas e informativas libres de bulos, el incentivo a poblar las localidades expulsoras de habitantes; en fin, el giro de las visiones lucrativas basadas en un mercado que sucumbe ante la adversidad de hecatombes como la que vivimos, donde las señales de riqueza y progreso quedan archivadas en último plano y nos muestran que de nada sirve la acumulación sin sentido común de supervivencia humana.

No hay novedad en lo que pienso. Ni búsqueda de culpas tan tardías como lo tempranas que fueron las advertencias del activismo mundial.

Apenas me esperanza que siendo demasiados en el planeta, podamos vivir un poco menos de las tristes expectativas para la mayoría, y algo más ubicados en la dependencia física y moral de nuestro tránsito por el mundo.

La fuerza del imperialismo viral, aquel al que no pueden vencer los de derecha ni los de izquierda, aunque se esfuercen en presentarse a través de los estupefactos, los cómplices y los arrastrados medios de comunicación, como los líderes de soluciones que no arreglan nada, es irrefutable.

Se los llevó por delante la Naturaleza o los planes nauseabundos de conquista económica, territorial y humana, de la peste pandémica.

Aquí estamos, humanos todos, a expensas de nuestro propio cuidado y de nuestra propia capacidad de resurgir de entre las cenizas, sanos, contagiados y con vida.

Aparecen algunas recetas de oportunistas políticos.

Surgen propuestas con jane (cerebro) de quienes estudian lo que pasamos como humanidad a lo largo de la historia y en este momento.

La verdad es que a nadie le importa las especulaciones cuando tiene familia que sostener, trabajo paralizado, empleados a los que será tan difícil responder, incertidumbre sobre si la actividad económica a la que se le puso tanta inversión y esfuerzo, tendrá algún futuro por delante.

Todos queremos salvarnos y no morir de contagio ni del proyecto de vida trunco que teníamos en marcha o planificado.

Las estadísticas nos muestran datos escalofriantes de letalidad que aún no han llegado adonde vivimos pero ya sufrimos las consecuencias de estar encerrados para salvar la vida y estamos a tiempo de darnos cuenta por la razón antes que por el espanto, que nada va a cambiar si no cambiamos, uno a uno, nosotros mismos.

Piedritas pintadas por Mariana Ferreira, ilustradora y artista, durante el período de aislamiento por la pandemia del coronavirus en el mundo. Atelier «El Gato», ciudad de La Paz, Bolivia.

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