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¿A quién pertenecen tus datos personales?

Ante la pregunta, la reacción primaria será una respuesta contundente: ¡Mis datos personales son míos! ¡Los datos personales son de cada persona!

Hace unos días, asistí como invitada a un foro de análisis político organizado por la Fundación Friedrich Ebert (FES), con el interés de impulsar un espacio de reflexión acerca del tema “Redes sociales y datos personales: ¿tenemos alternativas?”. La base del debate fue la exposición de Eliana Quiroz, activista e investigadora en tecnología, sociedad y derechos digitales, para mí una de las expertas más respetables de Bolivia en estos asuntos y una de las artífices de la Agencia de Gobierno Electrónico y Tecnologías para la Información y Comunicación de Bolivia – AGETIC.

El sonado escándalo de la filtración de los datos de 87 millones de perfiles de la red social Facebook y su manipulación por parte de la compañía Cambridge Analytics a favor de la campaña electoral de Donald Trump en EUA como reflejo de la economía de datos y de cómo el sector privado ingresa a procesos políticos fue, lógicamente, parte de la introducción. La clasificación de estos 87 millones de perfiles en cinco características psicológicas, que definen un perfil de información diferente según cada temor de grupo e influyen manipulando el sentimiento del votante puso en la mesa inquietudes como de qué manera las «Big Tech» tienen derecho a «vender» los datos de los perfiles de sus usuarios y cuáles son los derechos digitales de las personas.

Con las distancias correspondientes, el paralelismo del gran debate en Bolivia acerca de los datos personales, la economía digital, la modernización del Estado y los derechos humanos, está en boga con un alto nivel de desconfianza en el objetivo real del Gobierno al anunciar el cruce de información de cada ciudadano en una gran central de datos.




Analicemos desde el punto de vista de la persona, del ser humano nacido en este territorio. Nacemos y recibimos un nombre y un apellido (o dos), un peso, una medida, un lugar y una fecha de nacimiento, una familia, un sexo. Es el primer formulario que llenamos (que llena un adulto a nuestro nombre) a minutos de comenzar a respirar por nuestra cuenta en el planeta y se llama Certificado de Nacido Vivo. Es nuestra primera imposición de datos por parte del sistema y, a su vez, nuestra primer cesión de datos al sistema. Nos categorizan y, sin que nadie nos lo pregunte, pasamos a formar parte de la gran base de datos nacional, la «Big Data» del país.  El segundo formulario obligado es la Partida de Nacimiento, en base al primero, y la bienvenida a la «Big Data» del ciudadano, el Registro Civil. Le sigue el carnet de identidad, el pasaporte y  el nuevo formulario obligatorio del Estado Plurinacional como el Registro Unico de Estudiantes. Y seguirán el formulario de registro para ingresar a la universidad o estudios terciarios, para formar parte del padrón electoral, para obtener la licencia de conducir vehículos, el registro como empleado en las oficinas impositivas, laborales, previsionales,  jubilatorias, etc. o como emprendedor, micro empresario o empresario en las oficinas también impositivas nacionales, tributarias locales, de empresas, bancarias, contables; para adquirir una vivienda o un vehículo o un crédito; para manejar sus ahorros o sus cuentas en una entidad financiera; etc;   En definitiva, en el momento que la persona llega a la adultez ya ha entregado al Estado, un tercero con innumerables brazos como pulpo, sus datos personales un sinnúmero de veces.

El Estado tiene todos los datos de los ciudadanos. El Estado tiene muchos más datos que los que proporcionamos ingenuamente a las redes sociales, a la verdadera «Big Data» o «Big Tech» cuando abrimos una cuenta en cualquiera de las cinco más grandes del mundo, Microsoft, Apple, Alphabet (Google), Facebook (Instagram) o Amazon. La diferencia está en que el poder no lo tiene ahora únicamente quien detenta los datos, sino quien es capaz de procesar esa información. Ese es el verdadero motivo por el cual Mark Zuckerberg fue sentado ante el Congreso de los Estados Unidos. La supremacía del país más poderoso del planeta se puso en entredicho cuando la realidad del planeta Facebook, con su comunidad más grande que la constituida por la mayoría de los países del mundo, interfirió en la percepción de un proceso electoral más allá de lo que pudieron hasta entonces las empresas de mercadeo, lobby y asesoramiento político. Los medios masivos de comunicación y las redes sociales nos mostraron al dueño de la red social, al muchacho de las poleras iguales y una de las fortunas más cuantiosas del mundo, respondiendo lo que le pareció conveniente a un tribunal de migrantes digitales y desconcertados políticos atrasados en el siglo XX. Gracias a Trump, se supo lo sucedido con Cambridge Analytics. Quedará la duda de si el mundo se habría enterado de ganar Hillary Rodham Clinton.

El uso en política de datos personales sistematizados es una herramienta que fue introducida en Bolivia en la primera campaña electoral de Gonzalo Sánchez de Lozada. A la usanza de los demócratas y los republicanos norteamericanos, como también se lo hacía ya en Europa y otros sitios del mundo, el ex presidente innovó en el diseño de estrategias electorales con el equipo y la experiencia de una de las más prestigiosas agencias de este tipo. A partir de entonces, todos los partidos políticos con recursos económicos contrataron sus propias encuestas, estrategas y equipos técnicos de campaña, desplazando a la experticia de los políticos de largo entrenamiento territorial y relegándolos a dicho espacio, sin poder de decisión en las altas esferas de campaña. La información se recolecta, se une y se desgrana en función a los factores que requiera la estrategia y sus pensadores: hombres, mujeres, niños, jóvenes, adultos, ancianos, nivel de escolaridad y de estudios, empleado o desempleado, estrato social, ubicación geográfica y un largo etcétera, dependiendo del objetivo buscado.



En el país, las mayores bases de datos reales existentes las manejan el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), el Tribunal Supremo Electoral (TSE), el Servicio General de Identificación de las Personas (SEGIP), Derechos Reales, el Servicio de Impuestos Internos. El problema real es que todas las instituciones públicas han sido diseñadas para la coacción: En lugar de prestar un servicio público de protección del ciudadano, están desorganizadas entre sí como a propósito, como para someternos por cansancio a la obediencia de la indefensión. Les entregamos datos, obligados a ser parte de un sistema al que no le interesa facilitarnos la vida sino complejizarla para mantenernos como sus esclavos. Todas y cada una de las instituciones del Estado no sólo nos cobran por trámites que ya hemos realizado, sino que repiten una y otra vez los formularios, las huellas digitales y las fotocopias cada cinco años además de todas las veces que por desgracia debemos acudir a ellas para realizar algo que precisamos.

¿En serio quieren asustarnos con los algoritmos, la fórmula matemática por la que sale cierta información pre categorizada en nuestras notificaciones y aparecen como amigos ciertos desconocidos que no recordamos en qué momento aceptamos? En todo caso, en las redes sociales, quien entrega información sabe que se arroja a un vacío, algo así como un juego de levitación en el espacio sideral que durará mientras continúe perdiendo el tiempo y permitiendo que el Gran Hermano de las «Big Data» sigan negociando con todo lo que publica, donde está, con quién, a qué hora y adónde se mueve.

No hay nada nuevo bajo el sol, salvo que por primera vez la trasnacional supragubernamental de este segundo decenio del siglo XXI no tiene sus negocios en el petróleo de Medio Oriente, ni en las cadenas de medios masivos de amplia audiencia, ni en Wall Street, ni en tierras palestinas ni es la derecha imperialista o la izquierda comunista, sino en una nube.  El 28 de mayo de 2018 Facebook pondrá en vigor la obligación de proteger a los ciudadanos de la Unión Europea por regulación expresa. ¿Quién podrá defendernos en este sur incapaz de ponerse de acuerdo en Mercosur o escabulléndose de un Unasur que no existe?

Aquí nomás, cerquita, donde vivimos, toda la información que proporcionamos desde que nacemos, en su mayoría, es usada en nuestra contra. ¿Cuántas veces renunciamos a nuestros derechos con tal de que no nos castiguen postergando un trámite personal o entrepapelándolo para siempre? ¿Cuántas veces te felicitó Impuestos Internos por ser un ciudadano cumplido y sin embargo te bombardea por teléfono, correo electrónico, wasap, el timbre de tu oficina, el cedulón en la puerta para notificarte que anda con lupa buscándote cómo sonsacarte hasta el punto de dudar entre seguir adelante o convertirte en un simulador de Sergio Marquina?

Me resultó jocoso que se mostrara como ejemplo de un exceso el anuncio del presidente de Estados Unidos de implementar como política de ingreso a su país la revisión de los últimos cinco años de las redes sociales del solicitante de visa. ¿Por qué tendría que parecernos un abuso lo que decimos y lo que hacemos públicamente en las redes sociales? ¿No hemos aceptado las reglas del juego impuestas por Facebook Twitter, Instagram, LinkedIn, Tumblr, Google, Yahoo y cuanta red social asomemos, dándole un click al «Yo acepto los términos y condiciones…»? ¿No es ese requisito casi chistoso frente los obstáculos y las condiciones que afrontamos a diario ante cualquier pinche funcionario arrogándose el poder de quedarse con nuestros documentos, demorarnos, amenazarnos, mientras a la hora de denunciar un acto delictivo no existe un Instituto de Investigación Forense que maneje datos de delincuentes de verdad?

Vuelvo a preguntar: ¿Realmente crees que tus datos personales te pertenecen?




Pos Scriptum: ¿Cuántas veces firmaste una fotocopia suelta de tu documento de identidad en cuanto trámite te lo solicitaron? ¿Cuántas veces permitiste que registraran tu documento de identidad para ingresar a cualquier sitio, privado o público, e incluso dejaste tu carnet en la portería? ¿Cuántos pagos, transferencias y operaciones realizás a través del sistema bancario de manera personal y a través de internet introduciendo claves, contraseñas, registro de cuentas y tarjetas? ¿Cuántas veces te acordaste de desactivar tu ubicación del celular que te acompaña hasta en sueños?

 

 

Fuente: Universidad de Standford, EUA

 

3 Comments

  • Tania Monje dice:

    ¡Lúcido análisis! Foucault (autor del libro “Vigilar y castigar”) te diría: “Eso, eso, eso”.

  • Juan P. Paredes dice:

    Me gustan sus artículos y este especialmente, pero lo irónico del asunto es que su página web no está correctamente configurada y eso no contribuye a su reputación para abordar el tema.

    A pesar de poseer el ansiado protocolo seguro de transferencia de hipertexto o https, su conexión no está cifrada, lo que permite que empresas como Google (cuyos anuncios rellenan buena parte del sitio) extraiga estadísticas de tráfico y los datos personales de las personas que frecuentan sus publicaciones (en parte por eso pagan ;), exactamente el tipo de datos que usó Cambridge Analytica para la campaña del presidente Trump!

    https://www.theguardian.com/technology/2016/oct/21/how-to-disable-google-ad-tracking-gmail-youtube-browser-history

    Además de ello debido a que el sitio no está certificado por alguna institución confiable, los pocos navegadores seguros que existen (como Tor) se resisten a abrirlo, así que está empujando a sus usuarios a utilizar navegadores como Google Chrome, que no se hace problema en abrir el sitio, pero monitorea a sus usuarios.

    • Gabriela Ichaso dice:

      Muchas gracias, Juan P. Paredes por su comentario y su recomendación. La tomo en cuenta y veré una revisión o recomendación especializada en la seguridad tecnológica que Ud. señala.

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