La misma. La propia.
Que siga expresando las emociones a flor de piel, a pesar del qué dirán impuesto por los que se avergüenzan o ya no sienten.
Que siga creyendo, a pesar de las caídas, los tropezones, los desencantos, los desamores, las decepciones, las traiciones, las emboscadas.
Que siga haciendo lo que me da la gana, a pesar del mundo al revés que envidia y aborrece el espíritu libre e independiente, lo que dice celebrar pero rechaza por miedo a lo diferente.
Que siga luchando por las ideas, la justicia y por quienes amo, a pesar de la maquinaria impuesta por las apariencias para obligarte a seguir y acatar el poder, el dinero o la fama que encandilan y someten al rebaño o te condenan a la rutina y el agobio para conformarte, resignarte o mutilar el ánimo.
Que siga caminando, adelante, con prisa y sin otra pausa que la suficiente y necesaria para contemplar la belleza, a pesar de los amargos que se empecinan en afear lo que pueden.
Que siga sonriendo, a pesar de los parches y las cicatrices, hasta después de volverme ceniza.
1 y 69. La Plata. Medio siglo atrás.