BlogIntuiciones

Walker

By 26/10/2020 diciembre 16th, 2020 No Comments

Cuando nos llegó una invitación a cada uno a la oficina, Walker se recostó sobre el respaldo de su sillón y esbozó una sonrisa como un sol: 

– Mirá vos, a mi compadre finalmente le van a poner el anillo en el dedo. ¡Cuánto me alegro, pasará al equipo de los casados en buena hora!

Se levantó, tomó el saco y poniéndoselo para salir, se despidió con un “allá nos vemos”, al pasar.

Me quedé con la mirada fija en el sobre de cartulina color plateado sin brillo y mi nombre sin faltas de ortografía manuscrito con letras cuidadosamente dibujadas. Yo no conocía a los novios y ahí estaba también mi invitación. Sin duda, era una atención protocolar en consideración a los años de servicio público al lado de mi colega. Un detalle con guiño a la amistad entre el soltero empedernido de Walker y la fama de yunta en la adversidad que nos tocó durante aquellos años políticos.

No tenía idea de qué me iba a poner. Las fiestas de matrimonio no me llamaban para nada la atención y como si los organizadores de bodas lo supieran de antemano, viví marginada de las listas confeccionadas para tal fin. Pensándolo bien, creo que nunca estreché demasiada amistad con nadie como para suponer que debía asistir a su casamiento o pensándolo mejor, los amigos de quienes guardaba recuerdos profundos de instantes imperecederos, en realidad, no sabía ni cuándo se habían casado, si eran realmente felices o estaban felizmente divorciados. Definitivamente, en mi propia vida familiar y laboral tenía toda la fiesta que necesitaba. En fin, por Walker y su compadre, segura de que sería una amistad digna de celebrar, allá me fui algo después de la hora prevista para que concluyera la ceremonia religiosa.

El salón tenía las mesas numeradas. Eran redondas y cada una rodeada de 12 sillas con cobertor y un gran moño de seda plateada. Una organizadora, muy amable, me guió hasta la primera mesa, la más cercana a la gran tarima del conjunto de música, exactamente en la misma posición, al otro lado, de la mesa que se veía estaba destinada a las familias de los recién casados.

Walker confraternizaba con cinco amigos, todos de traje oscuro y ya con las corbatas aflojadas alrededor del cuello de la camisa. Las risotadas y los brindis me recibieron como si yo fuera parte desde siempre de ese sexteto que además hacía señas de ¡salud! a las parejas de las otras mesas, como diez en total.  Sólo en una había niños, acompañados de tías y abuelas que conversaban entre ellas mientras los pequeños se las arreglaban para dar fin con los bocaditos de chocolate, los arreglos florales y los lazos de las sillas, estirándolos para jugar.

La novia era un primor. El novio exultaba felicidad. Se acercaron a la mesa, abrazaron a Walker y a los demás, amigos todos de infancia, amigos de secundaria, amigos de Universidad, amigos de comparsa. Compadres de siempre. El fotógrafo de estilo acompañaba a los novios mesa por mesa para estampar el recuerdo en la postal. Walker, que me presentaba a cada amigo, algunos que ya conocía yo de alguna parte, de algún lugar, pidió una guitarra y al fotógrafo que nos retratara. Los novios cantaban, los amigos igual, me uní a sus voces. Los demás invitados también se dejaron llevar por los rasguidos de la guitarra y el salón era una canción de esas de toda la vida, de esas que todos saben y sienten que el otro es parte de lo mismo por ese momento de felicidad.

Parecía más que una boda, el junte de gentes que se conocían de siempre y que celebraban, vestidos de gala, un acontecimiento especial. ¡Salud! ¡Brindemos! ¡Otra copa! ¡Venga ese trago, mi hermano, qué belleza! ¡Qué felicidad! Los novios de mesa en mesa, de foto en foto, hasta acabar el ritual.

El maestro de ceremonia se acercó a nuestra mesa y le pidió a Walker que, como padrino de los novios, subiera a la tarima a decir unas palabras de ocasión. La familia se sentiría honrada y la feliz pareja, emocionada de que el brillante intelectual, buen amigo, cariñoso guitarrero, cerrara la formalidad del rito y después el baile y la fiesta continuarán hasta el amanecer.

Walker, brindis aquí, brindis allá, se encaminó hacia la tarima ajustando la corbata alrededor del cuello de la camisa, subió los tres escalones algo lentamente, se irguió ante el micrófono de piso, recorrió con la mirada altiva y risueña a todos en el salón y mientras que con una mano repasó su cabello de la frente hacia atrás, exclamó extasiado, feliz y sin la menor duda:

–          ¡Qué buen cumpleaños!

Publicado en el III Mundial de Escritura, a fines de octubre de 2020

Leave a Reply