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#NiUnaMenos, ni una muerte más

El 25 de noviembre volveremos a marchar, como cada vez que sabemos de la muerte violenta, el abuso denigrante, la violación terrible, de una mujer, una niña, cualquier ser humano, infligidos por otro o varios.




Es la fecha que se denominó como Día de la Eliminación de la Violencia Hacia La Mujer: no porque se soslaye la violencia hacia cualquier persona o ser vivo, sino para subrayar la horripilante realidad en que vivimos estampada por la creciente estadística de mujeres asesinadas, ultrajadas, acosadas, literalmente lastimadas.

Vivimos una época que a fines del siglo pasado anunciábamos como flamante centuria XXI por venir para estrenar, el nuevo milenio que iniciábamos, teóricamente motivados por los logros, las conquistas en términos de civilización, como los derechos universales de la humanidad, el respeto a la diversidad, la conciencia de pertenencia al planeta, desplazando la forma de vida decadente y destructiva con el planeta que no nos pertenece.




Estamos cada vez más interconectados por la información pero la capacidad que hemos demostrado en aprender velozmente para manejarnos con la tecnología, como peces en el agua o aves en el aire, es lenta o desinteresada a la hora de modificar la actitud respecto a las relaciones humanas.

¿Es el modelo de la competencia por el poder? ¿Es la educación trastocada por los modelos que se amplifican y celebran, contrarios a la formación que decimos pedir y recibir? ¿Es la impronta mamífera, el instinto animal, la ley del más fuerte, la que conduce los actos violentos, la irracionalidad, que se superpone en la conducta hacia otro de la especie, hacia otra, empuñando el daño hasta el sometimiento y el feminicidio?

Está harto comprobado que los denunciados son apenas los datos de violencia que asoman al conocimiento público. Que la violencia tiene las caras más primitivas de la fuerza bruta como las más sofisticadas, psicológicas, económicas y filiales: en el hacinamiento de la vivienda más miserable como en el lujo del edificio inteligente.

Marchamos el 25 de noviembre como fecha simbólica. Un día como aquel fueron asesinadas por las fuerzas de represión del dictador dominicano Rafael Trujillo, las tres hermanas Mirabal, Patria, Minerva y María Teresa, luego de encarceladas, torturadas y violadas en reiteradas oportunidades, y arrojadas, destrozadas, al precipicio.




Las Naciones Unidas, ese lugar donde se reúnen los jefes de Estado a decidir sobre el mundo, definieron la violencia hacia la mujer como “todo acto de violencia basado en el género, que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la prohibición arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vía pública o en la vía privada”.

Hay quienes confunden la denuncia y la lucha contra estos crímenes con feminismo. Incluso, muchos manifiestan, hastiados y despectivos, que los activistas propugnan consignas tan execrables como el machismo. Es una forma de negar la realidad y el feminismo –que no es motivo de esta columna hoy- merece mucho más de atención positiva y reflexión.

La violencia hacia las mujeres, en un grito último adecuado al breve espacio de la red social Twitter instalado por la poeta y activista mexicana Susana Chávez Castillo, asesinada en 2011, con la etiqueta (hashtag) #NiUnaMenos, es una lacra de cada día. No disminuirá con una marcha ni con varias, pero caminar junto a quienes comparten el dolor, andar junto a quienes se dedican a proteger y defender el derecho de las mujeres a vivir sin miedo su propia libertad, nos plantean de qué lado del terror nos paramos, de qué forma de vida tenemos la convicción que debe respetarse y hacerse respetar.



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