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Gracias, don Pedro, con la escoba barriendo, la matraca sonando y la bandera roja en alto

El avión aterrizó a la hora que su familia le pidió a la banda «Cuando muera el Carnaval». Tronó al compás del carro lento que trasladaba sus restos mortales, mientras bailaba detrás de sus lentes gruesos la mirada picarona y su espíritu ataviado de años cansados desde que lo conozco, bandos carnavaleros, alma de Patrón y Taura sempiterno, triste de dejar los abrazos tan bien ganados y celebrados, aliviado de cerrar los ojos agotados de tanta máquina de escribir prolífica e incansable, tantas páginas de novelas, poesía, editoriales y textos periodísticos.

Con él se fue uno de los últimos patriarcas de esta Santa Cruz, su terruño que vivió tantas épocas en menos de medio siglo y que va fundiendo en la vorágine de las dos primeras décadas del milenio, sus 400 años de cruceñidad grigotana con memoria de reloj de arena, ínfulas de primer mundo, corazón de pueblo chico y conversación de infierno grande.

Fundó su propia familia enorme, al lado del pilar fundamental de su vida y de la empresa periodística que hoy, a nivel nacional, es la más grande en su estirpe: la señora Rosita Jordán, su esposa, y madre de las niñas de sus ojos, Negra y China, y el orgullo de su continuación periodística: Willy, Choco y Cacho, amén de tantos nietos y nietas que así denominó su quinta de descanso de fin de semana, adonde junto a los biznietos reunió tan frecuentemente tamaño legado y tesoro.

Para don Pedro no era lo mismo ser camba que ser cruceño, como no lo era para don Santa Cruz Aguilera, abuelo del Gobernador Rubén Costas, ni lo es para el Alcalde Percy Fernández ni para mi abuela Yolanda ni para mi padre, Chino, ni para ninguno de los amigos de toda la vida de la Fraternidad Tte. Guillermo Rivero, del Club Social o la comparsa que inmortalizó el himno a doña Encarnación y a las peladas en carretón. Fue niño de pies descalzos en los arenales, como casi todos en la aldea de casas de tres patios en unas pocas manzanas a la redonda de una Plaza Principal que celebraba con retreta el 24 de septiembre, el 21 y el 25 de mayo; en la que los domingos por las noches los varones daban vueltas hacia un lado y las mujeres, al lado contrario; en la que unos iban por afuera y otros por adentro porque no tenían el mismo rango pero que compartían en cada casa de campo, pulpería, escuela y trabajo; una población que se volvía ciudad y mucha cosa con la primera loseta en los sesenta, después de haber sufrido el vejamen, la persecución y el cambio autoritario apenas una década antes, propinada por forasteros mandados, que mellaron su forma de ser y su encanto.

Supo de privaciones y pagó con la de la libertad, sufrida, lo que otros ladinamente, a falta de coraje, hombría e hidalguía, usaron para intentar manchar toda su vida impecable de pluma libre, dedicada a darle a Santa Cruz, al país y al mundo, una gran empresa y un gran diario. Si El Deber se llamó Diario Mayor, se lo ganó a punta de trabajo sacrificado y de sol a sol, desde 1965 que tomó la posta, iniciada ocho años antes por el Dr. Lucas Saucedo Sevilla, hasta la madrugada del lunes que partió. Fue abogado, embajador y varias veces premiado por su apego a la libertad de prensa y su aporte indudable a la formación de varias generaciones de bolivianos.

La primera vez que conversé con don Pedro, recién había inaugurado el moderno edificio de El Deber, en la calle Suárez Arana, a pocos metros del Primer Anillo. A finales de los años ochenta, me animó a una página literaria que me tentó pero la posibilidad de construir un Gobierno Municipal con autonomía, desligado de los designios de la tradición centralista, muy a su desagrado con la política de entonces (y la de antes y la de después), me llevó por otros rumbos. En 1995, me invitó a escribir como columnista de El Deber y en 1996, en tiempos que las listas de traidores eran escritas por las logias, se jugó en el editorial «Disentir no es traicionar». Conversamos largamente sobre esta Santa Cruz que amó por sobre todas las cosas y su palabra fue una, frontal y sin dobleces, como la de don Chelito, su hermano y nuestro entrañable corrector de pruebas, la palabra de honor como lo era antes acá. Si recorrimos caminos distintos y dudaba que mi efervescencia por cambiar el mundo tuviera la consecuencia y la lealtad con las que creí contar, fue Pedro Rivero Mercado quien las demostró sin titubear. Leal y consecuente, así fue de verdad, en las buenas y en la malas, y así nos lo agradecimos siempre, cuando nos tocó luchar y luego también, cuando acepté su invitación de transformar -junto al gran salto y cambio de El Deber de fin de siglo al que antecedió al actual- su producto más preciado, El Deber Extra dominical.

Asumió como propia, a costa del reclamo y el repudio de los dirigentes de las principales instituciones cruceñas, la primera protesta colectiva de los usuarios de la cooperativa telefónica, organizados en el Comité de Socios de COTAS, presidido por el inolvidable y querido José Gutiérrez Gutiérrez, quienes lograron la primera asamblea espontánea más grande vista en esta ciudad hasta ese 15 de diciembre de 1997, en la que 15.000 cooperativistas se reunieron en el Estadio Tahuichi a rechazar la gestión de la directiva de la Cooperativa y exigir su renuncia, en aras de reponer la participación democrática, la renovación de liderazgos y la transparencia en la información y en sus tarifas, propugnadas por sus fundadores.

 

Los jueves de las banderas rojas. El Deber, 1997

Después de la histórica Asamblea de Socios en el Estadio Tahuichi, marchamos por la calle Bolívar. El Deber, 1997

 

A fines de 1999, juntos terminamos «El espíritu de un siglo», la edición especial que creamos para despedir el XX y en su portada quedó para memoria de este pueblo y de los suyos, su mano tendida ofreciendo un punto de aprehensión a la mano recién nacida de su nieto.  Fue al único que consulté antes de aceptar mi postulación al cargo de segura concejal. Me interesaba la opinión de quien confiaba en mi criterio, más allá de compartir o no mis ideas. Otra vez, lamentó que dejara el diario al que él llegaba cada mañana muy temprano para recorrer la redacción con el ceremonial paso de un gran padre que  se cerciora de que todo marcha como debiera marchar. Me alegro por la ciudad pero la ingratitud es moneda corriente y no se vaya a decepcionar, me alertó indicando a doña Laida, su fiel y eterna secretaria, que me recordara cada semana que debía publicar.

 

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Presentación de «El espíritu de un siglo» (Santa Cruz 1900 – 1999) Edición de fin de siglo XX de diario El Deber

Pienso en don Pedro y la tristeza es un suspiro largo que soltar: se ha ido un buen hombre, querendón de sus versos costumbristas, incisivo y decidor Tertuliador, novelista subido de tono de mascaritas y carnavalero de cepa, familiero de corazón, y si le debo son muchas gracias que dar, las mismas que con respeto y cariño le di cada vez que lo encontré con la señora Rosita, incluso ya apagándose en la enfermedad.  Muchas gracias debidas como a sus hijas y a sus hijos, quienes consolidaron la empresa familiar y tuvieron la capacidad de construir el gran medio de comunicación más allá de cualquier tentación personal.  Ningún otro de Bolivia tiene el trato laboral y humano con sus trabajadores como El Deber, la casa de don Pedro que afirmó y reafirmó durante seis décadas, día a día, en cada editorial.

El avión aterriza y cruza el cielo nublado después de avistar un sol maravilloso desperezando el atardecer sobre la pampa cruceña, recortada en el horizonte por la gran urbe que anunciaba con nostalgia.  Mi gran suspiro se queda allá, para acompañarlo al reencuentro de don José, con la escoba barriendo polvo de estrellas, la matraca dándole la bienvenida y la bandera roja siempre al viento, diciéndole fuera a los desertores, a los tramposos, a los cobardes, a los corruptos, a los detractores, a los tiranos.

Buen viaje, don Pedro: nadie que hubiera estrechado su mano, compartido su café de la siesta, escuchado su permanente preocupación por el adiós irremediable a la amable ciudad vieja, habrá dejado que parta sin haberlo acompañado con el recuerdo indeleble y respetado de su voz grave y su palabra plena.

Los chompa roja, Dr. Rivero, estamos de duelo verdadero.

 

mbl don pedro

El Deber, 1997

 

El Deber, 1997

El Deber, 1997

2 Comments

  • Magui Rodriguez dice:

    Realmente una vez mas entiendo que hay cosas y situaciones que no se pueden explicar con palabras…desde el primer dia que lei un articulo tuyo hace ya dos años me identifique tanto con vos que no dejo de seguirte, no te conozco personalmente pero quiero que sepas que te admiro y te respeto por tus principios, por tu talento para expresarte con las letras, por la pasion que le pones a todos lo que haces, y realmente dejame decirte que hay muy pocas personas como tu! Ame este homenaje a Don Pedro, genial, hermoso y conmovedor.

    Dios te bendiga Gabriela !

    Magui

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