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El último de 2016

 

 

Repasando las páginas de mi libreta de anotaciones lo vivido este año que acaba en unas horas, agradezco y dejo ir los días de la 29ª agenda garabateada con horas, dichos, tareas, vuelos, recordatorios, plazos, hitos, vacíos, (des)encuentros, momentos fuera del tiempo…




Recopilo en letra manuscrita, corto, intenso e indeleble lo que quiero recordar, los logros de los míos, los pequeños objetivos a los que dejé para mañana y que tienen sentido en la agenda del año que viene, limpia, a estrenar. Es mi rito personal. A ella consagro un tiempo casi sagrado el último día del año, con mis oraciones de tránsito entre 2016 y 2017; los propósitos nuevos, también los pocos pendientes que pasan de año en año, soñados, y los inoxidables, imperecederos e imprescriptibles que me acompañan en las buenas y en las peores, desde que tengo recuerdos. Lo que no se hizo queda atrás, en el año que se fue, como las penas y el tiempo.

 

El calendario gregoriano nos consume gran parte de la naturaleza vital, imponiendo días, fechas y horarios, inicio y cierre de gestiones, de estudios, de contabilidades. Nos obliga al cierre de ciclos prácticos, que ordenan de algún modo ciertos aspectos de la convivencia en la manada. También el fin de año es un alto esperado en nuestro mundo occidental. Luego de la Nochebuena y antes de los Reyes Magos de la fe católica, propicia un instante que cada uno a su estilo, se prepara para celebrar y permitirse recomenzar o simplemente, continuar.




No hay recetas de vida ni el cambio de dígito representa un borrón y cuenta nueva de la realidad. Volver a empezar es un privilegio que desaprovechamos a diario y a todos nos iría mejor si comprendiéramos que el día al despertar es la fecha de nuestro nacimiento a la vida y al dormirnos, la de nuestro viaje al infinito del que no sabemos si vamos a regresar. Vivir a conciencia el día, como si fuera el primero y el último, dando lo mejor de nuestro interior, apreciando la maravilla de movernos y respirar, de amar y compartir, agrandando lo bueno, achicando lo que hace mal.

 

En lo personal, el 2016 ha sido un año de tormentas y tempestades, luna llena y luna negra, ciclones y huracanes. El mundo no lo hace tampoco más fácil y a la crudeza de los acontecimientos, las profundas dudas han ensombrecido e iluminado mi perspectiva de la realidad, de los años sucedidos en cambiar lo que no cambió ni cambiará, de los mismos años invertidos en corregir lo que se podía y estar presente con un poco más de verdad. Lo dejo atrás y cruzo por el arco iris, tomada de los colores del amor y la conciencia, el baluarte propio que trastabilla pero no cae ni quiebra.

Siento el alivio de haber quitado mochilas pesadas, camino cada vez más ligera de equipaje y me inspiro en prepararme para una etapa nueva vital, desde mis niños cada vez menos míos, mis afectos cada vez más selectos y mis defectos cada vez más perfectos, desde mi barrilete en el mundo: la casita del mango de lo que queda de Santa Cruz de la Sierra, la ciudad que enamora; la Juana de Colón, la más hermosa que ojos humanos hayan visto y la memoria incombustible de La Plata del alma mía.

 

Este último día del 2016, que quienes gusten vistan sus calzones nuevos, echen mano de las 12 uvas a medianoche saboreando y respirando sus 12 deseos, tengan lista la valija de viaje para salir corriendo a dar la vuelta a la manzana o a la plaza, pongan una moneda debajo del plato de la cena, enciendan velas, abran las ventanas y abracen mucho. Archiven lo que pasó, olviden los malos momentos, evoquen lo que hizo reír y disfrutemos este día como si no hubiera mañana. Cerremos filas en los afectos, resistamos a lo que por bien no venga y si hacemos el ridículo, que sea para divertirnos.

 

¡Salud, paz, luz y amor el 2017 y honremos toda la vida que hoy tenemos!




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