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El día que se me murió Sabato

Hacía días que me tenía inquieta, que me llamaba releerlo. Tenía necesidad guardada de volver a llorar por el mundo, ése que hemos malparido inerme a sus ancestros. Intuía aferrarme a las lecciones de vida de mis abuelos, de mis padres, de mis maestros de infancia y de aquellas contadas personas que encontré sin querer y para siempre en este camino de túneles donde espantar la oscuridad.

Me acompañó, después de muchos viajes, en éste de abril a la casita de la montaña.

Lo leí intensamente en su «Antes del fin» en mi viaje de retorno a la casita del mango, extraordinariamente sin pegar un ojo cuando acostumbro a quedar profundamente dormida antes que el avión alce vuelo.

Y sólo tranquilicé mi espíritu cuando el 25 de abril saludé al exterior en mi mundo virtual: ‘¡Buen día a todos este último lunes de abril! Como jamón del medio, llega el 2/3 del año para concentrarse en el trabajo, el alma, la vida. Llega el centenario de mi gran maestro universal casi platense, Ernesto Sábato, quien me acompaña a todas partes y estará en Idearia en la FIL cruceña, olvidado de la porteña. «Lean lo que los apasione, será lo único que los ayudará a soportar la existencia». Y viva con el corazón.’

Esta mañana, desayunando con mamá, seguí protestando la deshumanización de la humanidad y preguntándome en voz alta qué habíamos hecho para desmerecer la generación de genios y figuras que acompañaron nuestros primeros años de tropezones, curiosidades y rebeliones.

Cuando me propuse comenzar la jornada ante mi pantalla, lo supe al leer el comentario de Laura, desde Rosario, quien anotaba en FB una frase suya y me sumé contenta con mi homenaje en la próxima Feria Internacional del Libro de Santa Cruz, en la cual la sola idea de llenar Idearia con Sabato me invitaba a no desistir de participar este año, decepcionada de la «globalización mercantilista» (también) de este evento. Borré estupefacta mi desinformado anuncio.

Lo supe y escribí, escribí, escribí hasta caer agotada por el duelo en el corazón.

Hay seres humanos como Sabato que tendrían que ser leídos en voz alta y de pie en todos lados: Darles las gracias por haber existido, por haber sido contemporáneos, por decirnos lo que no vemos y lo que nos da flojera pensar. Darles las gracias por haber vivido exactamente lo necesario, 99 años, para dejar con los crespos hechos a los fatuos festejos centenarios que empiezan y acaban con sus fuegos artificiales… Y que la coherencia, la grandeza, la humildad, la sabiduría, la honradez, la decencia, la ética y el humanismo no están a expensas de la libre interpretación antojadiza y oportunista de los analistas de palco, sino en el ejemplo de vida que Sabato honró en el dolor y la alegría.

Desde abuelita Nemesia que no sentía un vacío tan grande y, como ella, no se fue sin despedirse.

Para leer más: www.idearia.info | Se me murió Sabato

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