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Crónicas de fondo y el placer de re-correr

Si no te gusta la actividad física, si no tenés tiempo que perder como esos que corren por correr, por lucirse o por ganar, si esta nueva moda del «running» y las carreras pedestres te resultan algo pesadas y que pasarán, o que intentan formar una nueva élite de figuretis u ociosos, no te perdás la oportunidad de leer y conocer las revelaciones y las confesiones de un corredor apasionado.
Cuando en julio de 2009 publiqué la crónica «Yo estuve ahí: Alfonso Cortez trotó Rio de Janeiro», en la revista PiedraLibre 51; y en mayo de 2013, en la edición 70, la crónica «Yo estuve ahí: La Maratón de Santiago desde mi iPod», también de Alfonso, había encontrado poco menos que sorpresivo que un grupo de locales cuarentones pasaditos como yo, tuvieran la posibilidad, la decisión, la disciplina, el ánimo y la alegría de correr y de viajar a correr, simplemente porque disfrutaban correr.  Pensaba en mis condiciones disminuidas por la flojera física, siempre encontrando excusas en los múltiples oficios entre los que una vive y disfruta y me maravillé al ver las fotos y leer los textos a su vuelta a Santa Cruz de la Sierra, el lugar que extraña Alfonso a la hora de dormir.
De los corredores de largas distancias, los fondistas, si alguien me preguntaba sobre ellos aparte de las Olimpíadas y el barullo de las Maratones de Nueva York o Boston y San Silvestre el último día de cada año en Brasil, me evocaban las imágenes de Forrest Gump, de los chasquis del Imperio Inca y del soldado griego que murió poco después de correr de Atenas a Esparta a pedir refuerzos ante la conquista persa, para darle un sentido a correr hacia algún destino: un sentido de salvación y de libertad.
Cuando Marco Ortiz organizó las primeras carreras de distancias cortas, un par de años atrás, con fines solidarios y a través de la ciudad, recién ese sentido de salvación y de libertad brotó de mí y supe del placer de re-correr las calles abiertas, re-correr contra el viento, re-correr los espacios comunes al lado de otros en la búsqueda de sus propios motivos, de recuperar re-corriendo lo de todos, la ciudad. Me importó poco no saber cómo ni tener idea si llegaría un poco más allá pero como acostumbro feliz a andar a pie cualquier lugar al que viajo en el mundo, como si fuera una gran atleta me sumé a los domingos de 3, 4, 5, 6 y hasta 10 kilómetros (K, que les dicen) a caminar, alcanzar la meta entre los últimos y disfrutar lo más.
Alfonso Cortez presentó sus «Crónicas de fondo» en la 16ª Feria Internacional del Libro de Santa Cruz de la Sierra, un libro para leer y paladear de un tirón, algo muy parecido a ese objetivo de los corredores pedestres: comenzar calentando y estirando el cuerpo, acomodarlo a la medida en el arranque, disfrutar desde la partida todo el tramo propuesto hasta cerrar con el broche de oro de la llegada, más allá de los tiempos y los rendimientos.
Es un libro ágil, sabroso, positivo, emotivo… y sobre todo, lo que más me gustó, un puñado de historias muy bien escogidas y relatadas de la vida real, desde una perspectiva que encantará a los sedentarios, los prejuiciosos y los que creen que se les pasó el tiempo de ponerse unas zapatillas, de abrir la puerta y salir a jugar.  Un libro que recomendaría también a padres e hijos, a la escuela en edad de chicos adolescentes, cuando se revuelven las hormonas, se entremezclan las pasiones con los sueños y he aquí que Alfonso consigue, quizá sin proponérselo, un gran buen plan de vuelo:  ser uno mismo con o sin los demás.
Y para quienes corren por deporte o por vencer, léanlo también. Alfonso es un sibarita de calles y caminos por re-correr, un exquisito que re-corre campos y urbes, un catador de silencios, coincidencias y azares musicales re-corridos.
Le debo una fe de erratas a Alfonso y él me debe una a mí:  Corrió Rio de Janeiro y no lo trotó, como resumí en aquella tapa de Piedra Libre años atrás. A cambio, le agradezco haber publicado en esa revista entonces, las previas de lo que hoy es un libro completo, generoso, gracioso, bien escrito y motivador.  Un libro de lectura fácil y amena, una bitácora preciosa por el valor de ser personal y que devorar la última página y cerrar la contratapa, te deja el suspiro reflexivo de seguir tu camino o cambiar.

Me debe cómo llegó finalmente al convento de Rijeka.

Tapa del libro de Alfonso Cortez Uzeda

Tapa del libro de Alfonso Cortez Uzeda

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