BlogPostales del fin del mundo

Puerto Busch: Un café en la salida al mar de Bolivia

Después de disfrutar el camino rojo ferroso y pedregoso de 100 km. de travesía por el Parque Nacional Otuquis, estábamos muy lejos de imaginar lo que encontraríamos en la frontera a orillas del río Paraguay.

Ya sin señal telefónica ni de internet en el celular desde hacía 100 km. calculé que estaríamos muy cerca del fin del mundo boliviano arribando a la línea final de la base de 47 km. de longitud del triángulo geopolítico conseguido hace 81 años por Dionisio Foianini.

El ministro cruceño de Hidrocarburos del presidente Germán Busch y fundador de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos fue el artífice diplomático, junto a Elías Belmonte, de la firma de la paz y la consolidación de ese pequeño territorio fundamental para Bolivia. Paraguay, reticente a conceder el río como límite binacional después de la Guerra del Chaco, accedió en junio de 1938 a compartir frontera. Bolivia, a través del departamento que fue escenario cruento de una guerra despiadada, 32.000 muertos después, tenía asegurada la salida soberana al Océano Atlántico por Santa Cruz.

Atardecía la primera semana de junio de este año sobre los pastizales hidrográficos y las islas de palmares recortadas sobre el horizonte de esta porción enorme del Pantanal al sudeste del país. El suelo ripiado de la carretera que nace de la carretera Bioceánica a 52 km. antes de llegar a Puerto Suárez desde Santa Cruz de la Sierra molió la llanta trasera izquierda del vehículo que nos transportaba y don Jorge con rápida destreza la cambió por la rueda de repuesto. «En cuanto encontremos una estación de servicio, tenemos que conseguir una nueva porque estas piedras son filosas y destrozan cualquier cosa», advirtió. En otoño, el paisaje era perfecto. Los caimanes o yacarés, los zorritos, los ciervos de pantano, las capiguaras, los tucanes, los batos o tuyuyús y miles de otras aves en enormes bandadas ofrecían un espectáculo digno de admiración a plena luz del día y sin temor a nuestra incursión cuidadosa y de paso, a poco menos de 40 km. por hora por la solitaria ruta pantanera.

Fotos de aves y demás fauna: Nelson Pacheco.

El Parque Nacional Otuquis y el Area Natural de Manejo Integrado del mismo nombre forman parte de 10.059 km2 de Pantanal trinacional, la reserva natural de agua dulce más grande del mundo, con 104 especies de flora y 59 especies de mamíferos, 5 de reptiles, 50 de peces. La llanura de inundación sobrepasa y cubre la carretera en épocas de lluvia. En 1995, el Plan de Uso de Suelo departamental dirigido por el Arq. Sergio Antelo Gutiérrez (+) le otorgó a la zona ubicada dentro de Bolivia, en el departamento de Santa Cruz, la condición de «reserva de inmovilización». Dos años después, en 1997, un decreto supremo de nivel nacional declaró el Pantanal como área protegida de Bolivia, pasando a custodia del Servicio Nacional de Áreas Protegidas (SERNAP), que cuenta con dos puestos de control: uno pasando San Juan del Mutún (a 35 km. de la carretera Bioceánica y prácticamente a los pies de la gran serranía de hierro, y el otro al finalizar la carretera ripiada que cruza el Parque, sobre el río Paraguay.

Más próximos a llegar a Puerto Busch que a volver sobre el camino recorrido y dirigirnos a Puerto Suárez en busca de otra llanta e incomunicados en medio de esa belleza natural sobre la que el sol caía entibiando las orillas de las aguas pantanosas donde descansaban yacarés como si estuvieran tendidos en la playa tomando color, trepamos al vehículo apurados por la idea de reparar fuerzas e incluso quedarnos a pasar la noche bajo la luna y las estrellas del Puerto alternativo hacia el mar más nombrado luego de la derrota de La Haya.

Ya en camino nuevamente y sin señal, como decía, sin embargo el mapa me mostraba que Puerto Busch no distaba a más de quince minutos al sur. Divisamos un cartel como los que colocan en las rutas y en las avenidas para exhibir publicidades. Cruzaba el camino. Al acercarnos, debimos frenar porque no solo cruzaba el paso: ahí terminaba el camino. Alrededor lo que podíamos ver era más Pantanal y ningún Puerto Busch, embarcadero, aldea o signo de vida humana que nos certificara que habíamos llegado a destino. El cartel informa con una foto de Evo Morales que el mantenimiento del camino recorrido Mutún-Puerto Busch tiene un costo de 2.757.344 bolivianos. A la derecha, se abre un camino secundario con una verja y un aviso de prohibición de ingreso a personas no autorizadas; a la izquierda, entre los pastizales, otro camino por el que las huellas de vehículos apenas se avistan. Descendimos del vehículo y caminamos detrás del cartel presidencial: a pocos pasos, el río Paraguay se extiende de noreste a sudoeste silencioso, calmo y veloz. Haciendo un esfuerzo, más a la derecha, sobre el río, asoma la punta de una plataforma de cemento y asumimos que es el muelle adonde llegan los camiones de hierro para descargarlo y subirlo a las barcazas que lo llevan río abajo, hacia el Atlántico sur. Nos miramos perplejos. No hay café, ni muelle, ni un ser humano que dé la bienvenida, que se alegre de vernos y recibirnos, que nos muestre un sitio donde acampar, una choza donde pernoctar. Nadie. Ni nada. Puerto Busch, 81 años después, es una utopía, un discurso político, un paño de agua fría.

Aquí termina Bolivia en el sudeste cruceño, al frente de Paraguay y de Brasil. Puerto Busch es un cartel de obra de mantenimiento de la carretera ripiada que cruza el Parque Nacional Otuquis, un sistema natural que forma parte del principal repertorio de agua dulce del mundo.

Sin saber muy bien qué hacer antes de retornar o más bien imposibilitados de creer que Puerto Busch fuera ese sitio abandonado a su suerte al finalizar nuestro Pantanal de Otuquis, decidimos adentrarnos por el camino de la izquierda, el que estaba abierto a pasar. A un par de kilómetros vimos una construcción que podía ser una escuela o un cuartel de dos plantas sobre pilotes de cemento. Nos fuimos acercando y antes de llegar, vimos una especie de gran barcaza apegada a la orilla boliviana del río. Nos detuvimos e hice señas a los dos hombres que se movían sobre ella. Después supe que debía ser el puerto móvil que obsequió Lanusse, el presidente argentino de facto, a Bolivia en la década de los años 70. Uno de los hombres, vestidos ambos de uniforme militar, nos contestó que estaban pescando para la cena y que en la casona que apuntaba al fondo se encontraba el teniente a cargo del lugar.

El Tte. Flores había llegado dos semanas antes destinado desde La Paz. En su chaqueta veo el escudo de los navales del Lago Titicaca. Nos explicó que junto a los 8 marineros que lo acompañan y dos sargentos se quedarán por cuatro meses más. «¿Esto es Puerto Busch?», le pregunté. «Esto es Puerto Busch», nos confirmó. Y nada más.

Las nubes de mosquitos, jejenes y marigüices y nada más.

Cada diez días estos hombres reciben raciones secas de harina, fideos, coca. La deteriorada casa sobre pilotes que habitan no tiene vidrios, ni agua corriente, ni gas, ni heladera. Encienden un generador de luz por un par de horas diarias para economizar la dotación de combustible que les dejan. Fabricaron un horno para hacer pan cavando el suelo, esperan las pirañas de la pesca del atardecer para cenar. En el mástil flamean la bandera boliviana y la bandera del mar. Los marineros deben tener como máximo 20 años y el teniente, consultado sobre si lo suyo era destino o castigo, con una sonrisa de resignación nos dice que cuando se elige el oficio, hay que estar contento con lo que hay. «Jodidos están los de las otras tres capitanías río arriba», murmura.

Soldados horneando su pan diario.
Foto: Gabriela Ichaso, junio de 2019.


Horno bajo tierra del destacamento naval de Bolivia en Puerto Busch.
Foto: Gabriela Ichaso, junio de 2019.

Media piraña es la cena de un soldado que debe pescarlas dos veces al día para alimentarse junto a sus 10 compañeros en la base naval de Puerto Busch, Santa Cruz, Bolivia.
Foto: Gabriela Ichaso, junio de 2019.

Un mochilero francés que llegó de Bahía Negra, río Paraguay abajo, intenta espantar las nubes de jejenes con el humo de un palito. Los marineros de Puerto Busch comparten su miserable rancho con el extranjero hasta que encuentre la forma de seguir camino.
Foto: Gabriela Ichaso, junio de 2019.
El Tte. Flores nos muestra una vara de medición. «Hoy el agua se encuentra a 80 cm. por debajo del nivel de la superficie. Cuando llueve todo esto es inundación, el río crece y por eso los pilotes de nuestra base». Recién lleva 10 días destinado como jefe militar de su grupo en Puerto Busch. Desconoce aún las crecidas del río Paraguay.
Foto: Gabriela Ichaso, junio de 2019.

Consiguen leña para el fuego gracias a un fazendeiro que cruza desde el lado brasileño en su lancha y les facilita unas pocas cosas más a cambio de las hojas de coca que reciben para acullicar. A veces pasan por ahí en alguna lancha los vecinos del Paraguay, como el que les proporcionó un chip paraguayo de teléfono -la única señal telefónica que se recibe- o algún turista mochilero perdido que siguió desde la Bahía Negra el sentido contrario a la corriente.

Imagino la carretera y el puerto que prometen montar en una futura Hidrovía Paraguay – Paraná. Imagino el proyecto de ramal ferroviario de 135 km. desde Motacucito, al borde de la carretera Bioceánica, hasta Puerto Busch para trasladar el hierro del Mutún, ahora en manos de chinos que lo van a explotar. No puedo ni quiero imaginar la matanza de animales de los bañados y el área protegida de Otuquis, ni la contaminación de las aguas, ni la migración de las majestuosas aves que dan vida al millón de hectáreas del Pantanal. No puedo ni quiero imaginar los ojos desolados de los ayoreos que quedan, de las comunidades chiquitanas, viendo desaparecer sus culturas a nombre de la explotación económica y los réditos de la modernidad.

El Parque Nacional y Area Natural Protegida de Otuquis visto desde Puerto Busch a las 18:00 horas. La luna de junio embellece el atardecer. Foto: Gabriela Ichaso, junio de 2019.
Atardecer con luna en Puerto Busch, Santa Cruz, Bolivia.
Foto: Gabriela Ichaso, junio de 2019.
Puerto móvil, obsequio del presidente argentino Lanusse en la década de los años 70, una especie de barcaza anclada a la orilla del Pantanal boliviano en Puerto Busch. Foto: Gabriela Ichaso, junio de 2019.

Vista de Puerto Busch, Santa Cruz, Bolivia, en pleno Pantanal, a las 18:00 horas; detrás de la cámara, a mis espaldas, se extienden 100 km. de áreas protegidas y reserva natural de aguas dulces. Foto: Gabriela Ichaso, junio de 2019.

Son casi las seis de la tarde y el sol parece incendiarse antes de fundirse en la línea del horizonte. Giro 180º sobre mí misma y el río Paraguay transcurre con aguas nuevas pero el mismo cauce de 81 años atrás. Dos soldados arrían las banderas, las doblan con solemnidad. Seguramente mañana con la luz del alba las van a volver a izar.

Nos despedimos con el trozo de pan que nos convidaron atragantado de tristeza, con ganas de llorar. Les dejamos las galletas, el té, un poco de queso, unos cuantos cigarrillos, los sacos de dormir, todo lo que pensamos que nosotros podíamos reponer y que a ellos no les vendría nada mal. Hubiéramos querido saber antes y haberles alcanzado más. Antes de la declaración de la guerra del Chaco, los soldados a ambos lados del río serían tan compañeros de infortunio y abandono como nuestros marineros, los fazendeiros y los vecinos de Paraguay. Habría los mismos mosquitos comiéndoselos, las mismas pirañas para alimentarse, los mismos atardeceres y la Vía Láctea por la noche para compartir y contemplar.

Comenzamos el retorno en silencio. Ninguna palabra cabía bajo ese manto de estrellas en medio de la oscuridad. Durante más de cuatro horas desandamos los 100 km. del Parque Nacional de Otuquis sorteando despacio todos los pares de ojos brillantes que transitaban el camino rojo de hierro, inocentes e ignorantes del poder político y económico capaz de levantar en nombre de Puerto Busch otra masacre de lesa humanidad.

Puerto Suárez, Puerto Guijarro, Puerto Aguirre, Puerto Jennefer, existen, están, como el Canal Tamengo, para sacar hierro y cemento en lugar de sacrificar lo que no tiene precio y sería imposible de recuperar.

Hagamos honor a la visión de Dionisio Foianini y de Germán Busch preservando este manantial y rincón del mundo en su memoria; apoyemos a sus guardaparques y a sus marineros que están haciendo Patria con el sacrificio que desconocen, que ignoran, la mayoría de los bolivianos y de la humanidad.

Puerto Busch, en memoria de los 32.000 caídos de la Guerra del Chaco, tendría que ser la capital guardiana del reservorio más grande de agua dulce del mundo, el Pantanal compartido por Brasil, Bolivia y Paraguay. Un monumento, un muelle costanero y un centro de interpretación, apoyando el trabajo del SERNAP, sería toda la inversión necesaria para promover el turismo ecológico y el reconocimiento de todos los pueblos del mundo a este manantial.

Puerto Busch, en memoria de los 32.000 caídos de la Guerra del Chaco, tendría que ser la capital guardiana del reservorio más grande de agua dulce del mundo, el Pantanal compartido por Brasil, Bolivia y Paraguay. Un monumento, un muelle costanero y un centro de interpretación, apoyando el trabajo del SERNAP, sería toda la inversión necesaria para promover el turismo ecológico y la apreciación de todos los pueblos del mundo.

El último Día del Mar, el 23 de marzo, el ex presidente de Bolivia, Jaime Paz Zamora, sobrevolaba Puerto Busch cuando aún era candidato nuevamente. En su gestión, logró un acuerdo con Perú para utilizar Ilo en la costa del Pacífico como salida alternativa de Bolivia al Pacífico.

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