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Porque los quiero siempre

Es tan raro escribir sobre Chile para mí. Los prejuicios históricos y culturales hicieron carne también en mí. Argentina desde antes de la época de las Malvinas y cruceña desde después del Litoral boliviano.
Yo encontré en Chile lo que no encontré en muchas partes.
Y lo digo sin remilgos, a pesar de esa aparente falta de identidad celebrando el pisco, su selección de fútbol, la mirada al resto del mundo como si supiéramos de ellos… Chile es más que una economía saneada y un pueblo hastiado de dictadura y de crisis.

Chile tiene personas que son personajes. Don Elías, la Pao, doña Juanita, sus nietos e hijos, don Polo y su sapiencia sobre todo y también sobre sus raíces, la Tuca y su intensa vida en dictadura y en democracia, los Jaramillo Pedro y Guillermo, las tocatas de Toti y su banda de jóvenes universales, la Patty y su recatada forma de rebelarse, la Nery y su estupenda forma de ver el mundo, el Ricardo y su sueño del café con tertulia, la Betty y su implacable alegría de ir para adelante.
Aprendí mucho de Chile, a través de ellos. Supe que no son la isla del filósofo y son mucho más que Neruda, Mistral y Pinochet. Que su sur es tan hermoso que debo descubrirlo como sueño hacerlo con la Patagonia argentina.
Esta familia de gente querendona y antigua en sus afectos es, seguramente como tantas otras que desconozco, la mejor carta de presentación de un país que los latinoamericanos vemos como ajeno. Quizá porque nos duele Allende, o los mapuches, o su tonada chillona y sus aires de aspirantes desconocidos a primer mundo robotizado.
Nos falta más Chile en Latinoamérica. Y a Chile le falta más Latinoamérica en el camino.
Celebro haber compartido tanta familiaridad y afecto con ellos.

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