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La abuela vasca que no quería leer ni escribir español

By 20/02/2019 febrero 20th, 2020 3 Comments

El 20 de febrero de 1896 nació la abuela vasca Nemesia Urbieta Zubiaurre, mamá de mi mamá. Tenía 86 años cuando daba de merienda pancitos remojados en té con leche a su primer bisnieto, Hijo 1.

La abuela vasca está de cumpleaños en el Universo. A mis tres años, Anita llevaba cinco días de nacida, mamá cinco días de 27 cumplidos y ella tenía 70 y así la recuerdo, igualita hasta los 93 cuando se fue.

Hacendosa y de gran carácter, ella fue de la generación que pasó hambre y penurias, desarraigo y orfandad. Fue más de 20 años trabajadora del hogar, no sabía leer ni escribir, se informaba por radio y le importaba poco la calle y la vida social. Se casó pasados los 40 y criaba gallinas, delante del galpón de herramientas de su esposo camionero Vicente Elcuaz, en su casa de pocas cosas, cosas impecables, en el patio de atrás. El abuelo la quería mucho, le hacía los mandados y el mate antes de desayunar. Era una de sus muchas formas de querer, que no era poco para una mujer que sólo quería quedarse en su casa y no asomar.  Su única hija, la Arquitecta, a quien con mucho esfuerzo enviaron a estudiar a la gran ciudad, fue la niña de sus ojos hasta el final.


Supo transmitirnos sin saberlo, esa ética del cuidado y del trabajo que las nietas y el nieto y el bisnieto, cada uno desde su trinchera, multiplican al andar.

El abuelo Vicente Elcuaz Goitia tenía 68 en la foto, ninguna cana y toda la barba, más bueno que el pan, siempre cariñoso con todos, especialmente con Nemesia, aunque ella fuera de pocas palabras, distante, mandona y tan entregada a resolver los asuntos de la economía y la administración doméstica, impecables, desde que despuntaba el sol hasta el anochecer. Creo que ese ojo de Sauron que llevo dentro viene de ella y todos los apellidos de Guipúzcoa y Navarra que unieron con Vicentito en Tres Arroyos, aunque renegara de que si él hablaba español, no era vasco auténtico.

A los 92 años, ya postrada en su habitación por el reumatismo y la artritis más que por los achaques de la edad, cuando mi hermano recién llegado de su viaje de intercambio escolar a Alemania ponía sus discos de rock escuchaba silenciosamente la música a todo volumen. Hasta que sonaba Whitesnake y una canción en particular.  Ella que no entendía una palabra de inglés y jamás se la escuchó levantar el sonido de su transmisor o su programa de televisión, gritaba susurrando de apenas: ¡Dale volumen! o ¡Ponela otra vez!

Te recuerdo siempre, Nemesia Urbieta Zubiaurre. Hubiera querido quererte mejor y te agradezco la vida juntas y después.

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