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Calladita te ves más bonita

Parafraseando a la diputada argentina, Karina Banfi, hace ya 28 años que dedico mi vida a la actividad pública y este espacio no es ajeno a la violencia. Cada día he querido «escribir sobre esto porque es un tipo de violencia sutil que te invisibiliza, te enmudece, te relega y que nos pasa a muchas. Esa violencia es silenciosa. La mayoría de las veces hace que te aferres a tu vocación por lo público con mucha fuerza porque si no es intolerable. Quien lo tolera puede y avanza; quien se mantiene, la vence. Sin embargo, hace todo el recorrido más difícil y duro que para cualquier hombre de la política.»

 

Banfi relata en su historia, a 3000 km. de distancia, la historia que yo misma viví:  «Recuerdo cómo en aquellos años noventa era incómodo hablar del cupo. La paridad era impensada. Los grupos feministas partidarios eran denostados. Quién querría ser del grupo de «esas» que no entendían nada de impacto político.»  En su experiencia, «la estrategia: autocensurarte. Medir tus opiniones en una reunión política para no cargar luego con represalias era parte de la dinámica aceptada. Recuerdo alguna vez defender alguna postura que seguramente no había consultado con los caciques», lo que le valió el «freezer» (silenciar sus intervenciones) durante varios meses. Le habían hecho creer que era parte del código político.  Yo tuve más suerte. No me callé ni medí mis opiniones, lo que me valió otra estrategia del lado de los que no se atrevían a enfrentar las ideas: el silencio frontal, el insulto en los cotorreos y las camarillas, la humillación en páginas de humor de los medios escritos.

«Es frecuente que una mujer en su lugar de trabajo o en su espacio político exprese una idea que no es considerada por los tomadores de decisión, y sin embargo, posteriormente, la misma idea es transmitida por algún varón, entonces el efecto es mágico: es atendida, enriquecida y ponderada», continúa Karina Banfi. Lo confirmo. Es el procedimiento tradicional del sistema político.  «Esa agresión invisible acompaña la historia de la emancipación de la mujer durante décadas. Esa humillación que provoca el desinterés y el ninguneo permanente se refleja en la falta de reconocimiento. Al fin y al cabo solo queremos eso, que nos vean, que nos dejen ser parte de la productividad de ideas y desarrollo sin represalias por considerar una irreverencia al jefe de turno.»

«He visto a tantas mujeres en la política trabajar incansablemente durante décadas, dedicarle su vida y su capacidades a la construcción de poder y, sin embargo, he visto pocas mujeres que se han mantenido en la toma de decisiones».  Es una afirmación que confirma la intimidación del sistema masculino. A las mujeres autónomas de pensamiento o militantes de los partidos políticos, se las aparta con la indiferencia, el silenciamiento o con la condena al plano de las labores que los que «saben» se abstienen de realizar, asignándoselas a ellas para realizarlas o resignarlas a marcharse con sus sueños a otra parte.

«Calladita te ves más bonita» me dijeron una vez, un refrán muy usado en Latinoamérica. Mostrarme apegada a conductas desafiantes o rebelde a la injusticia que provoca el desinterés del otro me hizo ver menos inteligente, según me dijeron. Sin duda, la primera condena que sufre una como víctima es el silencio. Se trata de no contar, no quejarte, no denunciar, dejar pasar y que pase rápido», concluye Banfi.  Ayer leí como un diputado boliviano desmerecía las declaraciones de la Presidente de la Cámara de Diputados, agregándole la frasecita estúpida: «Calladita te ves más bonita».  No es la primera vez que este diputado se refiere desde el machismo en sus declaraciones sobre las mujeres. Como era de esperar, en tiempos de mujeres fuertes que no tienen miedo, ella no calló.  Días antes, el Vicepresidente de Bolivia juzgó que las mujeres más visibles y líderes de su partido político, no estaban aún preparadas para suplirlo a él o al Presidente. Otra descalificación absurda, considerando además que Gabriela Montaño, que ocupa el cuarto cargo más importante en la línea sucesoria institucional, ha ejercido un par de veces la Presidencia de Bolivia, en ausencia de Evo Morales, García Linera y Gringo González (ex presidente del Senado).

«Cada maltrato, cada abuso de poder es físico, se siente en el cuerpo y en el alma, cada desprecio por nuestro ser femenino es una marca que duele cada vez que se la roza.» Pero eso a muchas ya no nos duele más. De tanto escuchar el menosprecio, de tanto gesto y prejuicio volcado a hacernos sentirnos mal, las heridas se han restañado, nos han vuelto más fuertes y menos proclives a volver a dudar de que no estamos preparadas, a dudar de que estamos erradas, a dudar de que siempre habrá alguien mejor que nos dirá que estamos equivocadas por ser mujeres, a dudar de que el sistema funciona de un modo para el cual las mujeres deben aceptar las estrategias vigentes y que si no las cumplimos, quedamos fuera.

La premisa de la búsqueda de la equidad de género ha distraído, sin embargo, con muy buenas intenciones, la lucha por la igualdad de las personas.  Las personas, hombres y mujeres, somos iguales y toda discriminación debe ser sustituida por políticas del Estado que eliminen cualquier acto de desigualdad.  El camino contemporáneo es largo, aún con los avances legislativos de Bolivia, y durísimo. Lo vemos todos los días, en todas partes, en todos los ámbitos de la esfera pública y privada.

Las diferencias de las personas surgen de su individualidad, de sus características personales que las hacen a cada una distintas, únicas. Nunca más aceptaremos ser las que levantemos en hombros al que busque el poder para hacernos a un lado, para la foto pública en señal de falsa participación igualitaria.  Tenemos el derecho y la decisión.  Nunca más aceptaremos callarnos para tolerar a fanfarrones o iluminados.  Nos callaremos cuando nos dé la gana de callarnos y seguiremos siendo, diciendo y haciendo, porque queremos, tan bonitas.

 

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