Y mientras tanto, Chile para mí es la fonda dieciochera de las Nonas en Loreley. Nadie disfruta las fiestas patrias como ellas: adornan el jardín, la casa, ponen música folklórica en la radio, amasan y hornean empanadas de pino (y de pino sin carne), esperan que el asado de los hijos esté listo y abruman con ensaladas, platillos, tortas y postres elaborados con mucho amor. ¡Felicidades, familia chilensis!
Cuando digo que sólo tengo dos ojos, dos oídos, dos pies, dos manos, una boca y una cabeza para 18 pestañas abiertas, no me refiero a las ventanas de la pantalla de la computadora únicamente, sino al montón de cosas que se me presentan cada día e intento poner en algún archivero, para no morir sepultada y más bien resolverlas o sortearlas, según venga la mano y la posibilidad. Y no exagero. Tengo estantes, carpetas, cajones, cajoncitos, cajas, baúles, álbumes, archivadores, cuadernos, libretas y agendas en mi pequeño ropero, mis bibliotecas y el escritorio, atestados por ellos, aún cuando en…
Liliana Colanzi (Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, 1981) transita la delgada línea de la conciencia y los juegos de la mente, muchas veces perversos y tremendos, a manos de la condición dramática y hasta devenida en trágica del ser humano. «Nuestro mundo muerto» (Editorial El Cuervo), con los cuentos «Chaco» y «Caníbal» acreedores del Premio Aura es un libro a quemarropa, crudo en lo humano y bello en lo literario, que logra remover la psiquis y las emociones del lector sin posibilidad de quedar indiferente. Cuando la realidad es trabuscada con una cirugía tan precisa como el pulso del…